Él se en
amoró de mí cuando el ascen-
sor alcanzó la segunda planta. Yo ya le
amaba en la primera. En la décima acep-
té el anillo; la boda, íntima, la celebramos
en la decimoquinta. Tres más arriba lle-
garon los gemelos y la hipoteca. Elevarnos
sueños juntos una docena de plantas más,
un tiempo perfecto en el que conjugarnos
el verbo amar hasta tener a Lea, planta-
mos el cerezo, y nos aficionamos a volar
en globo. Pero en la trigésima subió ella,
la
mujer que ahora vive en sus pupilas. Re-
zo para que se baje en la siguiente, yo ten-
dría, otra vez, dos plantas para enamorar-
le antes de alcanzar la última.