Mido seis pies de altura. No soy bajo ni muy alto. Estoy
unas pocas, muy pocas pulgadas por encima de la media. Mi
estatura a la vez que me ubica en un mundo desigual, sirve de
rasero para mis otras características. Mido seis pies de altura en
atractivo. Quiero decir que no soy ni feo ni guapo; podría
incluirme en la categoría de resultón. Seis pies en inteligencia. No
soy ni listo ni tonto. En mi entorno inmediato observo gente con
más y con menos recursos intelectivos que yo. A igual lejanía veo
las pocas figuras rutilantes de las ciencias, de la literatura y del
pensamiento, que a las muchas personas acuciadas por una
tradición ágrafa, un pensamiento estrecho y una tendencia
primaria, a las cuales yo mismo intento ayudar con más
abnegación que pasión. Con respecto a la suerte, también seis pies
de altura. Ni afortunado en juegos –
amoríos incluidos– ni
desdichado. Más bien con vértigo cuando oteo para abajo que con
envidia al atisbar hacia arriba. En cuanto a la bondad, honradez,
sensibilidad, humor, etc.; ira, pecaminosidad, etc., etc., seis pies
de altura. Mi salud, seis pies de altura. De seis pies, mi fortaleza.
Mi voz es la única que no da la talla. Ni potente para el desarrollo
de la profesión, ni templada para defender mis propias creaciones
melódicas. Una voz insignificante, liliputiense, de unas seis
pulgadas de estatura y redondeando por lo alto.